Mujeres con 'lowriders' toman su propio camino en Santa Rosa
Cuando Annie Reyes era una mujer joven surcando la avenida Mendocino rumbo a Julliard Park, ella y sus amigas colocaban bolsas de arena en la cajuela del auto, de modo que su Chevy Impala color azul medianoche modelo 1967 quedara más bajo.
Teresa Castillo recuerda pasear por Santa Rosa en el Chevy Caprice 1967 de su amiga Raquel Sánchez, haciendo sonar canciones de la época, presumiendo el auto durante la trayectoria. "Todos sabían que era su auto, y no el de su hombre", dijo Castillo. "Estaba limpio y era de buen gusto".
Como mujeres que pasean entre la comunidad lowrider, estas mujeres tienen historias bastante particulares.
Hubo un tiempo en el que a las mujeres no se les permitía ser miembros de clubes de autos lowrider, y muchas veces se las veía solo como las modelos frente a los autos. Pero los tiempos han cambiado y las mujeres son cada vez más una presencia en la comunidad lowrider. "¡Ahora vemos hembras en todas las exhibiciones de autos, ¡rodando en sus 'Caddies' e Impalas!", dijo Castillo.
Estas mujeres, todas nacidas y criadas en Santa Rosa, encontraron su amor por los lowriders por diferentes caminos.
Annie Reyes recuerda haber amado los autos desde que era una adolescente, a fines de los años setenta. "Tenía entre 13 y 14 años de edad cuando comencé a interesarme por el 'lowriding'", dijo. "Me intrigaron los autos, el sistema hidráulico y la forma en que los dueños se enorgullecían de sus autos".
Al crecer como una de las pocos mexicano-estadounidenses en su escuela, los lowriders la hicieron sentir más cerca de su cultura. Ella no se sentía conectada con su entorno en California, y luego viajaba a México y tenía el mismo sentimiento. "Ni de aquí, ni de allá", dijo. Ser parte de la comunidad lowrider la ayudó a sentirse vista. La hizo conectar con su identidad chicana. Reyes estaba sola en su pasión por los autos. Sus padres solían preguntarle por qué siempre salía con cholos.
Raquel Sánchez se involucró en la escena lowrider por medio de su familia. Mientras crecía, su padre siempre trabajó en autos de alto rendimiento, particularmente Chevy Cameros y Pontiac Firebirds. Ella le ayudaría a alcanzar herramientas del garaje, a menudo trayendo las equivocadas. "Si él me preguntara ahora, sabría exactamente qué tomar", dijo.
Después de ver la película "Boulevard Nights" con su hermana, quedó fascinada con los autos lowriders en particular. Comenzaría a asistir a exposiciones de autos, y el resto es historia. Actualmente es propietaria de un Chevy Impala de 1968, que ha tenido por ocho años.
"Yo era una marimacha", recordó Teresa Castillo. Ella solía mantenerse cerca de los autos, ayudando a su padre a trabajar en sus vehículos e incluso trabajaba en una tienda de autopartes. "Compraría revistas Lowrider y observaría el contenido de las piezas de automóviles", comentó. Castillo ha estado involucrada en la construcción de sus autos, y a menudo realiza el trabajo ella misma.
Su hermana comenzó a salir con alguien que tenía un lowrider, y sus padres la mandaban a acompañarlos en sus citas. Él las llevaría a exhibiciones de autos en Sacramento y San Francisco. "Ahí es donde estaba yo como, 'ésta soy yo'. Me enamoré de los autos, de los detalles", recordó Castillo. "Pero nunca vi mujeres, siempre fue un mundo de hombres".
Ser mujer en la comunidad lowrider conlleva desafíos únicos. Aquellos que poseen lowriders a menudo han enfrentado generalizaciones de estar involucrados en pandillas, un punto de vista que a menudo fue perpetrado por los medios de comunicación a lo largo de la década de 1990.
"La gente piensa que normalmente se trata de pandilleros que conducen los autos en busca de problemas. Pero muchos de nosotros somos profesionales en negocios”, pronunció Castillo, quien actualmente trabaja para una firma de recursos humanos en Santa Rosa. El año pasado, recibió el premio North Bay Latino Business Leadership Award.
Reyes trabaja como supervisora especialista para el Departamento de Servicios Humanos del Condado de Sonoma. Durante muchos años mantuvo sus dos vidas separadas, temiendo el juicio de sus compañeros de trabajo, al enterarse de que ella era parte de la comunidad lowrider. "Tenía miedo de ser menospreciada y rechazada para mejores puestos, insegura de cómo la sociedad lo aceptaría".
Cuando Sánchez habla sobre sus autos en el trabajo, las personas a menudo se sorprenden al saber que ella es una pieza activa de la comunidad lowrider. Es un estereotipo que le gustaría romper. "Solo queremos mostrar por qué trabajamos duro", explicó. "¿Podríamos comprar autos como este si no tuviéramos trabajo?".