Joven estudiante de SSU ayudó a poner un satélite cúbico en órbita

El estudiante Sonoma State University, Jesús González, observó el jueves por la mañana cuando

González, de 21 años, un estudiante de cuarto año en SSU que se especializa en ingeniería eléctrica, estuvo a cargo del ensamblaje de un satélite de tres libras, aproximadamente el doble del tamaño de un cubo de Rubik, empacado en el transportador de carga del cohete SpaceX Falcon 9, lanzado el jueves desde el Centro Espacial Kennedy.

Usando una sudadera de camuflaje con capucha, jeans y una gorra negra de béisbol, González observó en silencio el perfecto lanzamiento en vivo en la televisión de la NASA, desde una pequeña sala de conferencias en Rohnert Park, en el tercer piso de la biblioteca universitaria.

"Algo que puse en mis manos ahora está en el espacio", dijo. "Es increíble. Algo que nunca pensé hacer en mi vida está sucediendo ahora”.

A unas 2,500 millas de distancia, Lynn Cominsky, profesora y directora de programas en el Education and Public Outreach Group en SSU, tenía un asiento reservado en las gradas del centro espacial, a seis millas de la plataforma de lanzamiento, pero eso es lo más cerca que el público puede estar del lanzamiento.

El ruido del cohete con nueve motores tardó 30 segundos en alcanzarla. “Puedes sentir el aire en movimiento", dijo en una entrevista telefónica. "De alguna manera, te baña un poco".

“Todos gritaban y gritaban. Fue muy emocionante”, dijo Cominsky, miembro de la facultad de SSU por 33 años, y con una relación aún más larga con la National Aeronautics and Space Administration (NASA).

Mientras el elegante cohete de 230 pies de largo se elevaba a través de un brillante cielo azul en Florida, arrastrando una larga cola amarilla llameante, Cominsky envió un mensaje de texto de una palabra a sus colegas en la sala de conferencias: "Yippee".

"Todo va de acuerdo al plan", entonó el locutor de la NASA.

Metido en la cápsula del Dragon del cohcete, iba incluido el diminuto producto de SSU, un cubo satelital llamado EdgeCube.

El producto de un proyecto de tres años y $200,000, financiado por la NASA, EdgeCube fue construido por unos 30 estudiantes de SSU y 10 más de Santa Clara University y Morehead State University, en Kentucky, con la orientación técnica voluntaria de Garrett Jernigan, un físico retirado de UC Berkeley que es también el esposo de Cominsky.

González, residente de Geyserville, llegó tarde al proyecto EdgeCube este verano, pasando nueve horas al día, seis días a la semana descubriendo cómo colocar todos los componentes eléctricos en un marco de aluminio impreso en 3D, de 64 pulgadas cúbicas, con páneles solares en tres laterales y una antena en la parte superior.

Hay seis tableros de circuitos verdes dentro del cubo y un espectrómetro que llevará a cabo la misión científica de EdgeCube de medir el "borde rojo", la huella digital química de la clorofila, en la vegetación de todo el mundo.

"La tecnología no es nueva, pero es la primera vez que se empaqueta en algo tan pequeño", dijo Doug Clarke, un físico retirado del Lawrence Livermore National Laboratory, que ayudó a diseñar el espectrómetro.

EdgeCube está destinado a medir el estrés en los campos y bosques a medida que cambian las estaciones, y evaluar el impacto del cambio climático —si es que dura dos años, porque su vida orbital puede no ser tan larga.

El espacio ultraterrestre está repleto de satélites cúbicos, con alrededor de 400 unidades comerciales y unos 300 más enviadas por escuelas, investigadores y aficionados, la mayoría de estos últimos inoperantes, según Jernigan y Cominsky.

"Nunca se sabe de la mitad de ellos", dijo Cominsky, reconociendo que podría ser el destino del EdgeCube.

"Pusimos a prueba todo esto, pero no hay garantías en el asunto espacial", dijo.

En el mejor de los casos, la esperanza de vida de un satélite cúbico orbitando a más de 300 millas sobre la Tierra es de dos a tres años, ya que la delgada atmósfera a ese nivel causa cierta resistencia en el dispositivo, que no tiene propulsión, y finalmente se desliza más cerca de la Tierra, quemándose mucho antes de que llegue a la superficie del planeta.

Nada de eso le importó a González, un graduado de 2016 de Healdsburg High School, que disfruta el hecho de que su trabajo, junto con su nombre, ahora está en un lugar al que los humanos llegaron por primera vez en 1961.

EdgeCube lleva un papel de origami con los nombres de los estudiantes, asesores y empresas que participaron en el proyecto, plantados allí por David House, un ex líder estudiantil del equipo de SSU que ahora es un estudiante graduado en ingeniería.

En un correo electrónico, House describió ver el lanzamiento en persona en Cabo Cañaveral como "una experiencia abrumadora" que encendió orgullo, alegría y "gratitud a todos los que nos ayudaron" a desarrollar EdgeCube.

El jueves marcó el inicio de un largo viaje para EdgeCube, que será transferido desde la cápsula Dragon después de que atraque en órbita con el International Space Station, programado para el domingo.

A mediados de enero, el satélite cúbico se colocará a bordo de un cohete de carga Cygnus, que lo transportará 310 millas sobre la Tierra y lo liberará en su órbita prevista. En ese punto, se supone que el pequeño viajero espacial debe "despertarse y hablar con nosotros", dijo Cominsky.

"No estamos 100 por ciento seguros de que realmente podamos obtener los datos del espacio exterior", dijo González, cuya casa familiar fue destruida hace semanas por el incendio de Kincade. Ahora enfrenta tres exámenes finales y tres semestres más antes de graduarse.

Sus metas futuras están más a nivel del suelo, ya que el amante de automóviles contempla una carrera diseñando componentes eléctricos para coches.

Para Cominsky, EdgeCube fue su segundo satélite, después de T-LogoQube, un dispositivo del tamaño de un control remoto de televisión lanzado en 2013 para medir el campo magnético de la Tierra.

Está planeando un tercero y tiene algunas "posibilidades interesantes" en mente, dijo.

The Press Democrat [English version]

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