Ariana Aparicio, una indocumentada en la Universidad de Harvard

Ariana Aparicio, de 29 años, va a finales de julio a estudiar una maestría en educación a la Universidad de Harvard, tras ser consejera para Sonoma State University en el Undocu-Resource Center.

Indocumentada y con permiso legal en el país bajo el programa DACA —especial para niños traídos por sus padres en la infancia— Aparicio encontró refugió en las instituciones académicas ante la incertidumbre de su estatus migratorio y el ataque a inmigrantes desde la administración del gobierno federal.

Nacida en la Ciudad de México y criada en Point Reyes, condado de Marín, arribó al condado de Sonoma cuando comenzó a trabajar para 10,000 Degrees y luego para la Universidad Estatal de Sonoma. Tiene una recaudación de fondos en línea en YouCaring para ayudarla a llegar a Harvard.

¿Quien es Ariana Aparicio?

Ariana es una mujer de 29 años que nació en la Ciudad de México. Me trajeron a los cuatro años de la ciudad de Puebla, donde crecí con mi abuela. Y ahora voy en camino de sacar mi maestría en educación de la universidad de Harvard.

¿Por qué creciste en Puebla?

De ahí es mi padre y mi mamá es de Guerrero. Se conocieron en la ciudad de México en un restaurante. Ahí es donde me tuvieron.

¿Te tuvieron en el restaurante?

No, en la Ciudad de México (risas). Y luego nos movimos a Puebla para estar más cerca de mi abuela, quien eventualmente me cuidó una vez que cumplí mi primer año, hasta emigrar a los Estados Unidos.

Dicen que esos primeros años son los más importantes en la formación de una persona. ¿Guardas recuerdos de esos días?

No, apenas supe de eso. Yo sabía que mis papás estaban acá. Mi abuelita fue mi primera madre y mi abuelo mi papá. Yo no asimilaba la edad. Pero sabía que mis verdaderos padres vivían en otro país. Y me contaban historias de que mis padres habían tomado un avión. Así que siempre que veía un avión pensaba en ellos. No sabía quiénes eran ni cómo eran, sólo sabía que habían tomado un avión.

¿Esos años han tenido un impacto en tu estilo de vida y formas de pensar?

Admiro a muchas mujeres en mi vida, no porque no haya hombres que hayan impactado mi vida, pero admiro la fuerza de mi abuela y su capacidad para criarme. Ella tuvo 12 hijos y siete sobrevivieron. Terminó cuidándome a mí a los 60 años. Estoy muy conectada con mi abuela, pienso en su legado siempre.

¿Cómo llegaste acá cuando tenías cuatro?

Le pregunté a mis padres porque yo no recuerdo. Antes, a principios de los noventa era mucho más fácil cruzar la frontera. Y simplemente me cruzaron. Recuerdo estar en un hotel y supe que estaba aquí porque recuerdo haber visto las banderas estadounidenses. Sabía que estaba en otro país.

¿Cómo fue tu transición cultural y de lenguaje en las escuelas?

Era muy callada, tímida y reservada. En parte porque no conocía a nadie ni el lenguaje. Cuando estaba en preescolar me identificaba con las maestras latinas, porque hablaban en español y creo que sabían que era una inmigrante reciente, así que trataban de ayudarme lo más que podían. Eso fue in Inverness School, at Point Reyes.

¿En qué momento te identificaste como inmigrante e indocumentada?

La condición de indocumentada fue una identidad que adopté más hacia la preparatoria y la universidad. Como niña, sabía que era inmigrante, y que era latina y que era mexicana. Pero hubo estos años cognitivos donde necesitaba encontrar mi lugar entre mis compañeros de clase, en mi escuela y en el poblado donde crecí, para resolver qué me beneficiaba más. Si me identificaba más como mexicana o latina, o más hacia el anglosajón. Así que tuve un periodo de exploración de mi identidad. Y mientras conocía más de mi cultura, de mi comida y todo lo que yo representaba, aprendí a aceptarlo. Aprendí a tener orgullo por mis orígenes y eventualmente admitir que estaba indocumentada.

¿Cómo fue ese momento y cómo lo tomaste?

Durante los primeros años de la universidad lo aceptaría más, pero en la prepa era más reservada, porque mis padres lo veían como un riesgo. Eran conversaciones que tendría debajo de la mesa con mis amigas o con mis papás en casa. Pero se volvió algo más abierto cuando terminaba la universidad. No podía aplicar a posgrado o trabajos. No podía aplicar a servicios profesionales, no podía estudiar en el extranjero, no podía tomarme un año, no podía tomar clases de verano. Por eso tuve que explicar mi situación a tantas personas en las que confiaba. Tenía que verlo desde una perspectiva no tanto con lo que quería hacer, sino qué podía hacer.

Y ahora vas a Harvard. ¿Esto es lo que puedes hacer o lo que quieres hacer?

Recibir DACA cambió todo para mí. Pude trabajar legalmente. Tenía un seguro social, una licencia de conducir. El mundo se abrió para mí por completo. Viajar incluso en los Estados Unidos me expuso a lo que era la vida afuera de California. Ir a México y ver a mis abuelos después de 16 años, conectar con ellos y con mi cultura, reafirmó que me sentía más americana y que podía hacer más por mi gente en este país.

Por otro lado, cuando hablamos de Harvard, sí es la universidad de mis sueños, he querido volver al posgrado. Sí  quiero y necesito mi maestría, pero también cuando en septiembre Jeff Sessions anuló DACA, eso me puso a pensar en lo que iba a hacer. Necesitaba un plan —aunque no puedo hacer planes a largo plazo—, pero sabiendo que DACA expiraba en octubre de 2018, Harvard era mi salida. Era eso o no tener la capacidad de trabajar de manera legal.

¿Alguna vez viste a Harvard como una opción?

Nunca. Hasta que la visité y aprendí sobre ella cuando por fin obtuve DACA. Es lo que pasa como estudiante de primera generación,  que no sabemos lo que hay allá afuera. Harvard me llamaba. Y de las cinco universidades a las cuales apliqué, Harvard fue la única que me aceptó. Y no tenía más opción. Como indocumentada no me veía haciendo otra cosa más que continuar con mi posgrado, y qué mejor que Harvard.

Muchos no siguen sus estudios superiores por la insuficiencia de fondos, ¿cómo resolviste esto?

Es una de las razones por las que apliqué a programas de posgrado, porque están financiados por completo. Y porque esto me mantendría ocupada por algunos años. Estaría ocupada haciendo algo productivo para mí, mientras ese hombre está en la administración. De alguna manera estaría bajo la responsabilidad de una institución. Mi vida. Mi seguridad.

La gran pregunta en el condado de Sonoma con respecto a la fuga de talentos. ¿Volverás?

Una parte de mí cree que no volveré de inmediato, depende qué tan bien me adapte a la nieve y al frío. Pero también tengo interés de perseguir mi doctorado, así que aplicaré después a Berkeley y Stanford. Mi ideal es hacer valer el cambio y quedarme ahí un tiempo y ver qué oportunidad de empleo puedo obtener ahí.

Habrá estudiantes indocumentados que te vean como ejemplo, ¿qué les dirías?

Son tiempos tumultuosos. Hay mucha incertidumbre. Es un reto, pero no es imposible conducir tu vida en el sistema académico como indocumentado. Siempre hay un camino, si tienes el hambre y el deseo de seguir adelante. Si logras mostrar que quieres lo mejor para ti y tu comunidad, habrá mucha gente dispuesta a ayudar a esos estudiantes. Independientemente de su estatus migratorio, no pueden darse por vencidos. Alcen la voz si ven una injusticia. Necesitamos más aliados que hablen más con sus acciones que con sus palabras.

¿Qué es lo que te gustaría que sucediera a la gente con DACA?

Lo que queremos, y hablo por mí, queremos la ciudadanía. Hemos estado aquí la mayoría de nuestras vidas. Nos identificamos como estadounidenses. Pero no sólo ciudadanía para nosotros, sino para todos los once millones de indocumentados en este país que han estado viviendo y trabajando aquí. Mis padres fueron los soñadores originales. Si no fuera por ellos, no estaría aquí.

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