Salvador ‘Pocho’ Sánchez, ex pandillero en la alcaldía de Santa Rosa

Parece una ironía, la batalla entre dos pandillas en 2002 tras los festejos del Cinco de Mayo en calles de Santa Rosa, que derivó en la creación de lo que ahora es el Violence Prevention Partnership en esta ciudad, tiene a

Esta nueva contratación —luego de sumar a Jason Carter como administrador del programa— es parte de los esfuerzos que la ciudad de Santa Rosa ha realizado en los últimos meses para lograr la prevención de violencia entre miembros de pandillas.

Sánchez Strawbridge sabe lo que es la vida de pandillero. Conoce las calles. Creció en el vecindario de South Park, en el sureste de Santa Rosa. Ahí formó parte de los Norteños a la temprana edad de 12 años. Fueron su familia, sus hermanos. O eso era lo que creía.

“Las pandillas son como una envolvente agencia de servicios donde vas a recibir una falsa sensación de paternidad, de hermanos, dinero, joyas, autoestima; lo que sea que te falte, las pandillas te dan esa ilusión. Eso lo descubrí después”, explicó Sánchez, quien es por cierto hijo de una reconocida activista en el condado de Sonoma. Alicia Sánchez.

Y no culpa a sus padres, Alicia y Newman Strawbridge, ambos luchadores por los derechos de trabajadores agrícolas en California. Al contrario, dijo que estaban con él y le mostraban su amor, “pero cuando eres un niño quieres toda la atención, y eso es lo que encontré en la calle”.

Su mayor resentimiento social creció por su conflicto de identidad, acentuado cada día en el salón de clases, aseguró Sánchez sentado en un cómodo sofá frente a un café helado. “Soy mitad mexicano y mitad irlandés. Así que cuando el maestro decía mi nombre completo, Salvador Sánchez Strawbridge, todos se reían. No podía juntarme con los mexicanos ni con los blancos. Tenía el apellido blanco pero mi piel era oscura. Y entre los mexicanos, tenía la piel más oscura que muchos de ellos, pero tenía ese apellido. Así que no encajaba en ningún lado”.

Esos años de contenido resentimiento explotaron cuando comenzó a caminar al lado de los Norteños. “Era híper violento. Siempre intentandomostrar que valía algo. Siempre levantaría la mano para hacer las cosas más locas. Y para mí todo era sobre avergonzar a la gente, porque eso es lo que recibí de niño. Pero eso no lo entendía en el momento”.

A diferencia de sus amigos cercanos, quienes recibieron impactos de bala, tuvieron hijos, fueron a la cárcel, Sánchez decidió estudiar una carrera. Obtuvo una licenciatura y una maestría. En Los Ángeles trabajó por varios años para Homeboy Industries, una organización que brinda asistencia a hombres y mujeres que deciden abandonar las pandillas. Pero no era feliz. Sánchez vivía en la sombra del alcohol y las drogas, con el eco de aquellas risas burlonas rebotando en su cabeza. Esa misma organización para la cual trabajaba, lo envió a rehabilitarse cuando supo del trauma que acarreaba.

“No quería ir, pero si no iba perdía el trabajo. Me rendí ante Dios. Le pedí que se llevara esta sed y caminaría con Él. Estoy sobrio desde los 30 años”, comentó Sánchez.

Ahora, rehabilitado, Sánchez quiere restaurar los daños que hizo: “Ahora sirvo a mi comunidad, cuando antes aterrorizaba a mi comunidad”, dijo. La fotografía también lo ayudó a involucrarse en luchas sociales trascendentes para la comunidad latina. En Los Ángeles retrató la vida de Sureños que decidían salir de las pandillas, y la de los inmigrantes mexicanos que solía despreciar. Eso le ayudó a cambiar, dijo.

“En este nuevo empleo, sigo en las calles”, mencionó, “pero ahora trato de inspirar a los jóvenes, y hacerles saber que las decisiones que toman ahora pueden afectarlos el resto de sus vidas, y lo hará. Nunca es tarde para cambiar”.

Parte de su labor en el programa de prevención de la violencia para la ciudad de Santa Rosa es servir como un puente entre la comunidad y diversas agencias que trabajan asociadas para brindar servicios a la juventud. También aconseja sobre diversos temas relacionados con la comunidad, y en especial con las pandillas.

Ahora, añadió, se sienta a tomar café con el capitán de la Policía de Santa Rosa, Ray Navarro, quien lo solía arrestar hace años cuando patrullaba las calles. “Trabajamos juntos. Al igual que con Vince Harper, de CAP, quien siempre estuvo conmigo desde que yo tenía ocho años, era una persona compasiva y no nos juzgaba. Ahora también trabajo con él. Nos apoyamos”.

La ciudad de Santa Rosa organiza una semana para la prevención de la violencia. Puede encontrar el programa en este enlace.

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