Oaxaqueños llevan el juego de la pelota mixteca a Healdsburg

Lo jugaron las civilizaciones nativas antes de que fueran imaginadas las fronteras del actual mapamundi. Desde lo que hoy es Arizona, hasta Nicaragua, los vestigios del juego de pelota preservan en sus piedras la presencia lúdica de sus antiguos moradores. Una memoria que en Healdsburg adquiere vida en un terreno asfaltado de la escuela Foss Creek, con el dinámico vaivén de jugadores inmigrantes oaxaqueños.

La pelota mixteca es practicada entre los actuales habitantes de la zona Costa y Centro del sureño estado mexicano de Oaxaca.

Y en Healdsburg, nómadas contemporáneos de aquella zona en el condado de Sonoma replicaron las medidas de las canchas en el pavimento escolar y bajo las mismas reglas y con los mismos artefactos evocan el legado de sus antepasados mixtecos.

Algunos de esos elementos compartidos en ambos lados de la frontera, tanto en Oaxaca como en California —o lo que algunos llaman Oaxacalifornia—son la pelota, el guante, una piedra lisa, y por supuesto, las reglas y las medidas de la cancha.

Ramiro Vázquez, residente de Santa Rosa pero oriundo de la región Costa de Oaxaca, practica la pelota mixteca en el condado de Sonoma desde finales de los años ochenta, y desde antes en su pueblo natal, cerca de Pinotepa Nacional.

“Nos conocimos gente de Oaxaca y comenzamos a practicarlo aquí. Muchos ya jugábamos antes y empezamos por ahí del ‘88, aquí en Healdsburg. En los noventa comenzaron a venir gente de Napa y comenzamos con estos torneos”, explicó Vázquez, bajo la sombra de un árbol, entre la improvisada cancha asfaltada del juego de pelota y otra de béisbol con pasto y arcilla.

El ancestral juego de pelota mesoamericano acostumbrado entre las sociedades mayas y mexicas tiene algunas diferencias con el juego mixteco. “Casi podemos decir que es el mismo juego de los mayas y de los aztecas. Pero antes según le pegaban con la cadera. Ya después se fue civilizando y lo empezaron a jugar con la mano y ahora usamos vendas. Antes no se usaba nada”.

Hay otras diferencias, por ejemplo el sistema de puntaje, el actual parecido al tenis, aunque más complejo. Quizá el más notable, según destacó Efraín Guzmán, residente de San Francisco y con 63 años de edad, es que en tiempos precuauhtémicos “el ganador iba al altar de sacrificio”.

Ahora, los ganadores esa tarde dominical en Healdsburg no entregaron la sangre, pero sí el sudor… y recibieron una recompensa económica dividida entre el primer y segundo lugar, gracias a la aportación individual de cada jugador, en este caso, $60 por gladiador.

El juego de pelota, dijo Guzmán, originario de Constancia del Rosario, Oaxaca, “era un sistema de sacrificio, según la historia de este juego, pero se fue modificando y ahora pues es para divertirse. Antes el que ganaba iba al altar de sacrificio. El que triunfaba era el elegido para los dioses”.

Bajo un sol que irradiaba un calor cercano a los 80 grados, cuatro equipos con cinco integrantes cada uno disputaban la pelota confeccionada con una pelotilla de hule, rodeada con estambre y cubierta con cuero, un poco más grande que cualquier bola de béisbol. Para golpearla utilizan un guante con una almohadilla en la palma de la mano hecha con cera de abeja y sostenida con vendas.

Las venas de este rito deportivo mesoamericano se han extendido y alimentado en lugares de California, como Los Ángeles, San Bernardino, Fresno, Bakersfield, Fortuna, Watsonville, Napa y Santa Rosa —los jugadores ese día venían de estos últimos cinco poblados.

La lucha en la cancha es un despliegue brutal de fuerza, con la pelota disparada de un lado al otro a gran velocidad, muchas de las veces impactada sobre los cuerpos del contrario. La rivalidad queda en la cancha. Al terminar la batalla, los jugadores van a una carpa que brinda sombra y donde los antes oponentes comparten tacos de carnitas con una salsa macha y una cerveza helada o agua.

“Lo mejor de este deporte es que nos une”, dijo Guzmán, quien sirvió la pelota toda la tarde para su equipo. “Aquí venimos a conocernos, siendo del mismo estado de Oaxaca”.

Para Jesús Navarrate, inmigrante procedente de Tonalá, Oaxaca, y residente de Napa, practicar el juego de “los abuelos” es un orgullo que le gustaría ver continuar.

“Es un deporte que practicamos los mixtecos y no queremos que se muera. Nosotros ya estamos viejos y queremos que los jóvenes comiencen a practicar, y que siga viviendo, para sacar el nombre de este deporte oaxaqueño”, dijo.

Como el sol, desde antiguos tiempos hasta ahora, la pelota seguirá girando.

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