Gracias, a los trabajadores agrícolas del condado de Sonoma
Cuando Marco llegó a California hablaba un solo idioma: el mixteco. Tenía 17 años. Y estaba listo para trabajar para pagar unas deudas en su natal Oaxaca, razón por la cual vivió durante dos años con solo dos pantalones —que recuerda compró en la Wal-Mart. En estos últimos once años aprendió español y comienza a masticar el inglés. Terminó la preparatoria y planea estudiar para convertirse en viticultor.
José cumplirá 20 años sin documentos en el condado de Sonoma este próximo año. Llegó de Guanajuato en mayo de 1996. Vino a trabajar. Lleva 18 años en la misma compañía dedicada a producir el vino que tanto nos gusta concentrar en el paladar. Maneja un tractor. Tiene un programa en una estación local de radio. Se casó. Se divorció. Tiene un hijo y una hija. Está por concluir sus estudios de bachillerato.
Alejandra, Martha y María laboran en los campos del norte de la bahía desde hace más de 20 años. Alejandra tiene problemas para caminar debido a un accidente en la carretera, pero sigue en esto de la cosecha. A María le duelen las caderas por una caída que tuvo mientras pizcaba uva. Y Martha, al igual que sus dos compañeras, tiene una jornada laboral de 10 horas al día, con dos descansos de 15 minutos cada uno y 30 minutos para comer.
Estos dos trabajadores y tres trabajadoras agrícolas no tienen documentos en los Estados Unidos. Los llaman ilegales. Pero al igual que otros miles de trabajadores del campo en el condado de Sonoma y en el resto de California, cruzaron la frontera con México para buscar una mejor calidad de vida, para escapar de las políticas públicas mexicanas que los mantenían en la miseria. Y trabajan. Trabajan duro.
En este Día de Acción de Gracias, La Prensa Sonoma los reconoce por poner los alimentos en la mesa de la comunidad del norte de California. Por su situación migratoria no publicamos sus nombres completos, ni sus rostros, pero compartimos sus historias, porque merecen ser contadas, porque merecen ser recordadas en estos días en que la cultura anglosajona se dedica a dar gracias.
Del campo a la escuela
Ese sueño de Marco era continuar sus estudios. “Siempre quise estudiar. En México era difícil, por la pobreza. Vine por unas deudas que tenía, más que nada por motivos económicos. Duré dos años sin poder comprarme ropa, por la deuda. Sólo tenía dos pantalones que compré en la Wal-Mart. Mis compañeros se burlaban de mí porque no entendía bien el español; me hostigaban”.
Para evitar el acoso de sus colegas, Marco vio la oportunidad de continuar sus estudios en el programa HEP, de Santa Rosa Junior College (SRJC), el programa de equivalencia a la preparatoria. Ahí aprendió a dominar la lengua española. Ahora comprende aquellos insultos de sus 'compas' en la chamba. Sus esfuerzos académicos tuvieron méritos. Pronto lo ascendieron en su trabajo, y supervisa a aquellos que antes lo fastidiaban.
Después de once años de estar en el condado de Sonoma, Marco estudia gramática y conversación en inglés, en el SRJC, y quiere ser viticulturista, es decir, un experto en el cultivo de la uva. “HEP me ayudó a romper la barrera mental; te ayuda a saber que puedes lograr lo que quieras”, expresó Marco.
Las uvas desde el tractor
José tenía familiares que trabajaban por esta zona. Vivían en Santa Rosa y en Healdsburg. “Rápido comencé en la pizca de la uva, pero en ese tiempo no había trabajo. Me fui a Oregon; allá pizqué la fresa, dos meses. Se terminó y después me fui a pizcar la mora, ahí mismo en ese estado. Llegué aquí a pizcar la uva en septiembre, con la misma compañía con la que trabajo ahora; me quedé”.