Estudiantes indocumentados ven más allá del papel

Ricardo Ibarra

Alguien me contó de una chava estudiante en el Santa Rosa Junior College (SRJC), que cuando era niña, su madre le advirtió que si alguien llegara a preguntarle de dónde venía, ella debería contestar: “De Los Ángeles, sur de California”. Y que lo repitió tantas veces, a tanta gente, que había terminado por creer que era una auténtica ‘L.A. Woman’. Jamás decir: “Vengo de un ranchito en el sur de Jalisco”. O, “nací en la tierra purépecha de Michoacán y mis papás me trajeron cuando era chica”. Nunca.

Conocí hace unos días a un estudiante de la misma escuela, Fernando Vallejo, según me dijo, con buen uso de la lengua española. Es indocumentado, y como dicen, sin miedo... Cuando le pregunté cuál era su situación migratoria, me respondió, sin meditarlo: “Nací en la región de Juxtlahuaca, en un pueblito que se llama Tecomaxtlahuaca, en Oaxaca, México. A los seis meses mi ‘amá me trajo aquí a los Estados Unidos, y ya tengo 23 años. Yo no sabía si era americano o mexicano por mucho tiempo. Pero cuando empecé a educarme a nivel de colegio, aprendí mucho de mi cultura y de quién soy yo”.

Vivir en mitad de esos mundos paralelos, entre el inglés y el español, entre la hamburguesa y el tamal, entre el Día de los Muertos y el Halloween, crean confusión a los jóvenes que llegaron de otros países y se enfrentan en el mismo salón de clases con otro idioma, con otra cultura, la adolescencia llega a adolecerse aún más.

César Cruz es estudiante del doctorado en liderazgo educativo, en Harvard. A él lo trajo su madre de un pueblo en Jalisco. Tuvo una lucha con la búsqueda de su identidad durante la adolescencia. Ahora está por presentar su tesis en una de las universidades más prestigiosas en Estados Unidos. Me dijo: “Tenemos que cambiar el lenguaje, como el término ilegal. Eso baja nuestro autoestima, porque nos enojamos contra los políticos o pensamos, pues soy ilegal, y empezamos a adoptar el lenguaje que alguien nos adoptó para que nosotros lo repitiéramos, como si fuéramos unos conejillos de indias”.

Impartió una charla inspiradora a estudiantes indocumentados que atestaron el auditorio Newman Hall, del SRJC, en las dos presentaciones, la que ofreció en inglés, y luego la que presentó en español. Les habló de su historia y de la historia de los mexicanos en California. De cómo estas tierras eran de México, y antes de los nativoamericanos. De cómo llegamos hasta aquí, al momento cuando un inmigrante no puede ni siquiera tener acceso a un número de identidad social, es decir, convertirse en ciudadano del lugar donde vive.

“Nunca nos cuentan que tenemos derechos”, reclamó César Cruz, en una conversación posterior a su charla en el evento intitulado: ‘Logrando el sueño: recursos para alumnos indocumentados’. “Si yo soy indocumentado, hay una ley en este país que se llama Plyner v Doe, del año de 1982, que me da garantía y la oportunidad de educarme desde el kínder hasta el doceavo grado. Eso vale la pena. Pero tenemos que luchar por más victorias.

“Cuando no nos dicen que tenemos derecho, nos sentimos casi invisibles. Nos sentimos humillados, como si fuéramos una carga para la sociedad. Como si le estuviéramos rogando a esta sociedad que nos dé una oportunidad”, sumó Cruz, fundador de la organización Homies Empowerment, en Oakland, por medio de la cual busca la armonía entre jóvenes involucrados en pandillas.

Fernando, el chavo de 23 años originario de Tecomaxtlahuaca no pudo aplicar al programa DACA, mejor conocida como Acción Diferida —lo cual le ayudaría a aplicar a empleos y evitar la deportación—, porque cayó en distintas ocasiones, por distintas circunstancias en el centro de detención juvenil. Ahora, eso no le impide el sueño de continuar sus estudios en las universidades de California en Los Ángeles o Berkeley.

“Por mis problemas en la juventud, no tengo DACA por ahora, ni puedo aplicar a programas que me permitan recibir permiso de trabajo o seguro social, pero le sigo metiendo duro a los estudios, porque sé que aunque sea indocumentado es posible salir adelante”.

Similar al oaxaqueño, otro inmigrante indocumentado que fue traído por sus padres cuando era menor, Jacinto Díaz, estuvo también detenido, “me metí en muchos problemas cuando empezaba la preparatoria”, explicó. Pero ahora sueña con estudiar la carrera de ingeniería civil.

“Me gradué de la prepa sin un plan. No sabía qué hacer. Mientras estaba en prepa me estaba metiendo en problemas. Me estaban echando de la escuela. Estuve en la correccional. Tenía un mal historial. Después de eso traté de ser mejor: decidí hace un cambio, donde pudiera vivir la vida que quiero. Así que decidí venir a SRJC. Y con un poco de esfuerzo me di cuenta que no tienes que ser un genio para tener éxito académico. Mientras lo intentes y te esfuerces”, refirió Jacinto Díaz, también de 23 años.

Por ahora, César Cruz la ha visto difícil. En Harvard no tiene profesores latinos, tampoco compañeros de aula que tengan parentesco con su cultura mexicana-chicana-latina. “Se ve muy poca raza. Pero podemos encontrar hermandad en diferentes razas: asiática, africana, anglosajones, uno puede encontrar compañeros y compañeras en varias comunidades. Y eso me ha ayudado mucho”.

No sólo ellos, también encuentra inspiración en el amor y las enseñanzas de su abuelita, doña Zocorro. Y en el trabajo de su madre, quien después de una jornada laboral en una fábrica limpiaba las casas de gente adinerada los fines de semana. Y en su padrastro, un trailero que todavía, después de décadas, se levanta a las 3 de la mañana para seguir en esto que llaman la lucha de la vida diaria.

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